PARA LEER | No hay mejor manera de entendernos y comprendernos que conocer muy bien de dónde proviene nuestra
idiosincrasia, tanto colombiana como latinoamericana, investigar los orígenes de las virtudes y defectos que cargamos como nación, que leyendo el libro “El orden de la libertad”, de Mauricio García Villegas, manizalita, abogado de la Pontifi cia Bolivariana de Medellín y profesor del Instituto de Ciencia Política de la Universidad Nacional en Bogotá.
Su padre murió atropellado por un motociclista irresponsable en una calle de Medellín, y a partir de ese episodio emprende esta formidable tarea de desentrañar el alma colombiana, tan reacia a tomar conciencia colectiva para solucionar los males que aquejan al país. Nuestra incapacidad para autorregularnos, para sacar adelante algún gran propósito nacional como liberarnos de la corrupción y de la influencia del narcotráfico en la política,
por ejemplo.
Nos explica en dónde reside la diferencia entre el razonamiento de un conductor europeo y el de un colombiano, qué es lo que dificulta y hasta imposibilita que creamos que algún tipo de orden es justo y merece ser obedecido; explora la manera en que cada cual ve al otro y se relaciona con él en las calles, en el mercado, en el trabajo, en la política. Para el autor tenemos una república de papel (muchas normas) puesta sobre una sociedad de fuego. Citando a Alfredo Molano nos recuerda que “las leyes son la ocasión del soborno, hay que hacerlas cumplir para elevar la mordida”. Los tres sistemas de reglas son violados, tanto el ordenamiento jurídico, como las reglas morales y las normas sociales.
El libro nos restriega en el rostro los defectos de esa herencia española que se evidencia cuando vemos que a un policía se le grita “¿Y usted no sabe quién soy yo?”. Ese individualismo libertario que le hizo carrera a la expresión de que la justicia es para los de ruana, y que nos hace sentir intocables, superiores a los demás. Mientras los otros pueblos europeos habían aprendido a valorar el trabajo fuerte, la riqueza y el desarrollo científi co, los españoles habían perdido siglos dedicados a guerras en defensa del honor y de la iglesia.
Eso los convirtió en un pueblo tan orgulloso como inútil, dice García. Y continúa: “por eso el Siglo de Oro español es el siglo de la literatura y el misticismo. Para los franceses su siglo de gloria – el XVIII – es el siglo de la razón y el intelecto, mientras que para los ingleses lo fue el siglo XIX, el del progreso económico.
Somos el producto de la cultura del sector público, pues todos los conquistadores españoles fueron funcionarios que obedecían al gobernador de Cuba y a la institución de la Corona. Por el contrario, los Estados Unidos son el resultado del
emprenderismo privado: Christopher Newport, quien era el jefe de la expedición colonizadora inglesa era el empleado de una empresa privada de Londres: la Compañía de Virginia. Ya esto es más que sufi ciente para entender por qué nos diferenciamos tanto.