LENGUAJE | LUNFARDO

El lunfardo es el lenguaje característico de los bajos fondos argentinos. Somos dados a confundir el lunfardo con la jerigonza, que es un lenguaje especial de algunos gremios, de muy mal gusto, complicado y difícil de entender. Para muchos es algo así como andar en rodeos o tergiversaciones maliciosas. 

Pero no, el término lunfardo se ha convertido en sinónimo de «habla del porteño», principalmente habitantes de las márgenes del Río de la Plata: Buenos Aires, Uruguay y las provincias de Entre Ríos y Santa Fe en menor grado. Desde el año 2000 en Argentina se celebra el Día del Lunfardo el 5 de septiembre.

El lenguaje lunfardo se deriva de las lenguas de las corrientes inmigratorias de finales del siglo XIX y principios del XX y nace en el hacinamiento de los conventillos por la necesidad de comunicarse. Pero sería tiempo después que a este tipo de habla popular se lo conocería como “lunfardo”. El 5 de septiembre de 1953 aparece el libro “Lunfardía”, del escritor argentino José Gobello, que rescata ciertas palabras y convierte el lunfardo en hecho lingüístico. De ahí que todos los 5 de septiembre se celebra el día del lunfardo.

Lo que hace novedoso al lunfardo es que no nació del castellano, sino de la mescolanza de las lenguas de la inmigración”. Existen aproximadamente 6 mil términos, pero se trata de un número dinámico: algunos surgen y otros caen en desuso. La Academia Porteña del Lunfardo estima que aparecen unas 70 palabras por año.

La palabra “lunfardo” tiene su origen en el gentilicio “lombardo”, término que llegó a ser sinónimo de ladrón porque los lombardos fueron, en el siglo XVIII, usureros y prestamistas, actividades por entonces impopulares. Con el tiempo, lombardo derivó en lunfardo. Sin embargo, más tarde se descubrió que el lunfardo era compartido por grandes sectores de la población y que, lejos de ser un código marginal, había sido incorporado a la vida cotidiana y difundido a través de expresiones artísticas como el tango o el sainete.

Sin quererlo, por gravitación de vocablos, el inmigrante proporciona también el lunfardo, un idioma lumpen, una mitología callejera, poblada de voces extranjeras, auténticas o tergiversadas por el uso, que entran por gracia o por el empeño de poseer un lenguaje propio y, con él, ser distintos de sus progenitores inmigrantes o de su pasado campero. Esa será la lengua coloquial del porteño, definirán su personalidad, su búsqueda de un país que le pertenezca por entero, su asunción de una identidad diferente. La mujer pasa a ser: la percanta, la mina, la grela, la naifa, etc.; el hombre el garabo, el punto, el cusifai, el gavión, el coso, el bacán, el sofaifa; la habitación: el bulín, el cotorro, el nido, la zapie; la cama: la catrera; el trabajo: el yugo, el laburo, el jotrabo. Y sigue la sucesión de palabras o sinónimos adosados a cada término legal o autorizado hasta completar un lenguaje de casi seis mil palabras. Estas incorporan al tango un idioma único, necesitado de traducción en cualquier lugar ajeno al gran Buenos Aires y gran parte del país.

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