Le ha pasado que tiene la sensación de que le espían por su celular o computador?
Esto se ha vuelto más frecuente de lo que podemos imaginar, a menudo recibimos sorpresivas publicidades o mensajes sobre algo en lo que hemos estado pensando y aún no se lo hemos dicho a nadie, entonces nos asustamos y creemos que es una cosa que cae en el terreno de la paranormalidad.
Pero no, lo que pasa es que nuestro comportamiento está siendo predicho con precisión gracias al rastro digital que dejamos en la red con cada interacción que hagamos, bien sea usando una tarjeta débito o crédito, haciendo una búsqueda en Google o un comentario en FB, Instagram, Twitter, y hasta dar un simple like a una foto. Esa huella de lo que hacemos en internet no desaparece jamás, todas esas huellas son recolectadas en tiempo real y adscritas a mi identidad personal definiendo a través de algoritmos mi perfil emocional, lo cual me hace muy predecible, cosa que es muy pero muy útil para las grandes empresas e intereses que necesitan seducirme.
Todo comienza cuando toma fuerza el sueño de un mundo plenamente interconectado a través de un espacio donde todos pudiéramos compartir nuestras experiencias y así sentirnos menos solos. Ese nuevo mundo nos fascinó con el prodigio de la conectividad gratuita, con mensajes, llamadas y videos a cualquier lugar del mundo y a cualquier hora, a costo cero para nosotros, toda una maravilla que crecía en adeptos a una velocidad tan alta que no nos daba tiempo de conocer bien los términos y condiciones de tales servicios.
No nos dimos cuenta de que con esa imprevisión nos estaban convirtiendo en mercancía de gran valor para esas grandes marcas o esas grandes campañas políticas de las que recibimos luego sus mensajes y propuestas. Esa especie de Gran Hermano que todo lo controla a través de nuestro rastro digital se llama Cambridge Analytica, compañía experta en minería de datos que tiene su sede en Londres, a la que Facebook le vendió todos los registros de nuestra información para que construyera así su big data e hiciera la psicografía correspondiente.
Eso es lo que permite que conozcan nuestra personalidad, nuestros valores, gustos, temores, amores, sueños, ambiciones, planes, oportunidades, limitaciones, en fin, absolutamente todo de nosotros. Basta decir que, para lograr el triunfo de Trump en las elecciones de 2016, Analytica puso a disposición de sus estrategas publicitarios 5.000 data points de cada uno de los 230 millones de personas habilitadas para votar a fin de enviarles mensajes personalizados (!).
Igual uso se le dio a la big data para favorecer el Brexit y apoyar campañas políticas para ganar elecciones a alcaldías de capitales latinoamericanas. Están en todo, por eso sentimos que nos espían, que nos adivinan el pensamiento. Es tecnología pura y dura, como la que vemos en la serie Black Mirror, pero ya no futurista sino en tiempo muy presente. Llegó el tiempo de la guerra cibernética, en la que no es necesario dispara un solo tiro ni, menos, descargar bombas atómicas para apoderarse de un país.
Lo que hizo Cambridge Analytica lo hacen también, y mejor, los rusos a través de sus ejércitos de hackers (piratas informáticos), bots (robots que a gran velocidad realizan tareas repetitivas en la red) y trolls (comentaristas provocadores), con Internet Research Agency (Agencia de Investigación en Internet, IRA), misteriosa empresa rusa con sede en San Petersburgo, que ya ha actuado en Estados Unidos durante la elección de Donald Trump, en el Reino Unido en el referéndum por el Brexit, o, incluso, en Francia durante la elección de Emmanuel Macron, y en España con el referéndum sobre la independencia de Cataluña.
Rusia ha mostrado, de hecho, en numerosas ocasiones su cercanía con diferentes candidatos, partidos y proyectos en las elecciones latinoamericanas, especialmente aquellos ante los cuales puede entablar negocios, en su mayoría por venta de armas, o que puedan ser funcionales en su oposición a Estados Unidos, que apoya a otros candidatos, partidos y proyectos.
Se viene un ajetreado calendario electoral en América Latina y los rusos quieren ampliar sus dominios en el hemisferio, como ya lo han hecho con Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Cuba. Si lograron torcer las elecciones en Estados Unidos o México, igual pueden hacerlo en Brasil, Argentina o Colombia. Ya la conquista de nuevas colonias no se hace con espejitos sino con pantallitas.