Las consecuencias del percance sufrido por el vuelo 328 de United Airlines, que despegó de Denver, Colorado, con destino a Hawaii son devastadoras para la industria aeronáutica, particularmente para Boeing.
Muy raras veces – casi nunca – un avión se desbarata en pleno vuelo y deja caer una lluvia de partes y piezas, como le sucedió el pasado 20 de febrero al gigantesco Boeing 777-200 que, final y felizmente logró aterrizar sin que ningún pasajero resultara lesionado.
La lesión enorme es para United y para Boeing. La primera porque de inmediato se ordenó la parálisis de su flota de 42 aviones de esa referencia, con los grandes gastos que implica contratar otro tipo de aviones. Las distintas aerolíneas que utilizan este mismo equipo, como es el caso de Japan Airlines, adoptaron la misma medida.
A escasos seis días de ocurrido este incidente se ha venido a saber de otro que le ha sucedido a un 777 – idéntico, pero de carga – que le ha sucedido a un avión de una compañía rusa de carga que acababa de despegar de Moscú con destino a Madrid, lo que la prevención frente a estos aviones ha aumentado causando una enorme pérdida de valor a la compañía Boeing, que comenzaba a recuperarse de las terribles pérdidas sufridas por la pandemia.