Una de las ideas extravagantes que promovió en campaña el entonces candidato Trump fue la construcción de un muro en la frontera con México, que romperá la unidad de América separando a los blancos bien blancos de los mestizos que hay desde el Río Grande hasta la Patagonia. Su argumento central es que con esto no está mostrando odio hacia los de afuera de USA sino amor por los que están adentro de esa gran nación y que, además se construirá a costo cero para los Estados Unidos porque, para hacer más ominosa la situación, hará que lo paguen los mismos mexicanos.
Esa idea, bien loca y estúpida, por cierto, no es original de Trump, de hecho el primer tramo del muro se edificó en 1909, bajo el Gobierno de Theodore Roosevelt, quien ordenó la construcción en California de una barrera de dos millas para impedir el ingreso de los ‘bandidos’. Del tema nadie volvió a hablar hasta 1994, cuando las autoridades comenzaron a considerar en serio el desarrollo del muro como un medio de freno a la inmigración ilegal y el narcotráfico.
Tras firmar una orden ejecutiva y lograr la aprobación de los fondos por el Congreso, el presidente Clinton mandó edificar tres barreras, primero en California y después en Texas y Arizona. En total, fueron construidos 365 millas de una barrera metálica de 25 pies de alto.
Hoy día, de los casi 3.200 kilómetros de frontera que comparte México y Estados Unidos desde el océano Pacífico hasta el Golfo de México, en un tercio de la misma, unos 1.100 kilómetros, hay muro físico construido con bardas de concreto, rejas y planchas metálicas que un día sirvieron para facilitar el aterrizaje de aviones durante la Guerra del Golfo y que ahora son reutilizadas para separar dos países. Comienza en la playa de Tijuana y corre hacia el este, atravesando ciudades como Tecate o Mexicali. En otros tramos sube y baja por los montes de estados como California, Arizona y Nuevo México, donde sólo suena el viento y viven venados.
En otro tercio de la frontera hay un muro virtual, vigilado por cámaras, sensores térmicos, rayos X y más de 20.000 agentes fronterizos. El último tercio se maneja como siempre se ha hecho y es el que menos problemas presenta. “No se trata sólo de la construcción de un muro sino toda una estrategia de humillación” dice el profesor José Manuel Valenzuela, Secretario Académico del Colegio de La Frontera Norte. “Hay una estrategia para dañar la vida en la frontera, restringir los flujos migratorios, acabar con las ‘ciudades santuario’ – donde los migrantes encuentran cierta protección- y es, además, un grave ataque a la vida ecológica y a los parques naturales que atraviesan la frontera” dice.
Lo curioso es que el tema del muro surgió como una idea de marketing político de los asesores de campaña de Trump, desesperados por la incapacidad del candidato para seguir un guión, así lo señala Sam Nunberg, uno de los asesores del candidato, en The New York Times. “¿Cómo podemos conseguir que siga hablando de inmigración?”, asegura que le preguntó a Roger Stone, otro asesor. “Vamos a hacer que hable de que va a construir un muro”, decidieron. Y la idea les funcionó, no tanto por las habilidades comunicativas de Trump como por el ánimo de los norteamericanos ante la gran cantidad de migrantes provenientes del sur.
La idea gustó tanto que a ella bien puede atribuirse en buena medida el triunfo en las urnas, a tal punto que ya elegido presidente a cada lugar que llega el público le pide que construya pronto el muro. La victoria de los demócratas en los pasados comicios pone en aprietos a Trump para lograr la aprobación de los fondos que necesita para realizar el proyecto – US$25.000 – y le hacen sentir como todo un looser, cosa que jamás le ha gustado a este hombre, acostumbrado a obtener lo que se propone a costa de lo que sea.