Abundan los artículos en internet, periódicos y revistas con consejos sobre cómo ser un buen padre, lo que da una buena idea de lo importante que es el tema para nuestras vidas, y en especial para las de nuestros descendientes. Y decimos descendientes porque una buena crianza no se limita a los hijos, sino que estos a su vez la retransmiten a los suyos (nuestros nietos).
Los tiempos podrán cambiar hasta dos y tres veces con cada generación por cuenta de los avances tecnológicos, sin embargo y por fortuna, los valores prevalecen. Eso es como lo que sucede con instituciones centenarias o milenarias, como las universidades de Oxford, Cambridge o de París, por donde han pasado muchos directivos, profesores, alumnos, conceptos, teorías y demás, pero el espíritu de la casa se mantiene intacto.
Decimos lo anterior porque sin duda en buena parte el papel de padres es el de replicar en los hijos las cosas buenas que vimos de nuestros propios papás. Y acá viene una primera precisión: es mejor ser papá que padre, este último término puede referirse sólo a la función biológica, mientras que el papá es el que acompaña, guía, protege, apoya.
En un artículo anterior en esta revista nos referíamos a aquello de lo que más se arrepienten los moribundos: no haber compartido más tiempo con los hijos. Eso es algo que jamás, jamás, una vez más: jamás nos puede ocurrir. De por sí, ser papá es la experiencia humana más grande y maravillosa que podremos experimentar en esta vida. Eso hace que la naturaleza obre y convierta nuestras responsabilidades como padres en una tarea agradabilísima.
Es un error terrible asumir tales responsabilidades como obligaciones y limitarlas al simple rol de proveedores. Si recordamos que de niños y jóvenes vivíamos en función del día a día, donde cada día era una vida completa, entenderemos mejor ahora como padres que nuestra misión principalísima es la de orientar a los hijos, convertirnos en una especie de Waze moral, académico, intelectual, social, sentimental etc, al que ellos no les dé nunca pena ni miedo consultar porque siempre les escucharemos con respeto y responderemos con un tono amorosamente firme.
Con los hijos funciona muy bien la teoría de Skinner sobre el conductismo, según la cual el comportamiento de las personas está determinado por su proceso de adaptación a experiencias agradables y desagradables, útiles y no útiles, beneficiosas y dañinas. Por ello la voz de aliento y ánimo de los padres resulta muy importante para el desarrollo moral, sicológico e intelectual de los hijos. Para los hijos el papá es mejor que Superman, y si semejante héroe es el que los estimula, ellos serán invencibles en la vida.
Tal como lo dice Juan Uribe en un artículo en esta misma revista, un buen papá predica con el ejemplo. Los hijos están dispuestos a imitar a su Superman en todo lo que le ven hacer y por ello lo que sean en el futuro estará claramente determinado por esa programación mental que el papá les inculque. El respeto y buen trato a la mujer, la honradez, la caballerosidad, los buenos modales, la cultura y la buena educación en general, tan claves para el éxito, se aprenden en casa, se aprenden del papá.