Para cualquier hombre ser padre es la experiencia humana más maravillosa que pueda tener en su existencia. Algo en nuestras entrañas, en nuestra alma y en nuestro espíritu se activa apenas nos enteramos de que un hijo viene en camino. Si a las mujeres les crece la barriguita, a los hombres se nos agiganta el corazón por la emoción de recibir a quien será nuestra mejor compañía, bien sea niña o niño.
Pero de la mano de esa emoción y alegría de los primeros juegos, las primeras palabras y demás cosas maravillosas que nos hacen sentir los niños cuando son chiquitos, viene también la reafirmación del más fuerte sentimiento de amor a través de nuestra tarea de formación y preparación para la vida. Es claro que no tenemos niños solamente para jugar durante su infancia sino, especialmente, para orientarles y educarles para vuelen muy alto, para que vivan sus vidas independientes. No hay mejor forma de demostrarles nuestro amor que siendo responsables en el cumplimiento de esa tarea formativa, ese es, realmente, el verdadero rol de padres.
Ese es nuestro mejor proyecto de vida posible: ser los mejores padres. Se hace tan importante esto que pasamos de ser quienes les damos la vida, a quienes se la debemos, por ello nos cuidamos de correr el riesgo de morir mientras los hijos están aún pequeños. Ese papel de padres debemos interpretarlo en el escenario que nos toque en suerte, definido este como el tipo de familia que nos correspondió, porque ese es el lugar donde se construyen los vínculos afectivos primarios y se aprende a manifestar los sentimientos y emociones.
Los padres, dice una afamada especialista en terapia familiar, “somos ese primer referente de afecto para sus hijos, en sus procesos de socialización, y en la comunicación de valores, principios y responsabilidades”. Si las madres dan la vida, los padres damos la identidad, así uno de ellos no exista o no conviva con los hijos. Los hijos se proyectan conforme a lo que ven en los padres. De ahí que no podemos ser borrachos, inmorales, corruptos, sucios, irresponsables, perezosos, arrimados, vulgares, tímidos, ni ignorantes, porque estaremos desgraciándoles la vida a esos seres a quienes decimos adorar tanto.
Cuando tenemos un hijo adquirimos el compromiso de ser mejores que Superman, Mandela, García Márquez, Messi, Juan Pablo II, Brad Pitt, Bill Gates, Nadal y Carlos Vives …..todos ellos juntos! Tarea nada fácil, lo sabemos, pero la asumimos con un entusiasmo que solamente el amor de padre puede inspirar.
Decíamos atrás que hay que hacerlo en cualquier tipo de familia. Bien sea esta nuclear, que es la familia tradicional compuesta por padre, madre e hijos. O la monoparental paterna, que es aquella en la que el papá asume solo el cuidado del hogar, bien por deseo propio, por una separación o por una circunstancia extrema. Este tipo de familia se está viendo mucho, en ella el papá asume todas las responsabilidades económicas, afectivas y educativas.
Familia extendida es en la que cohabitan hasta tres generaciones, porque un hijo que ha conformado su propia familia se queda viviendo con sus padres. Tiene la gran dificultad de que el nuevo padre se ve opacado por el abuelo que se impone como figura de autoridad paterna.
La familia reconstituida es la que integra los tuyos, los míos y los nuestros. Esta es la que más ha crecido en nuestra región, en ella tenemos a un padre que es a la vez biológico y sustituto, rol bien particular que exige muy especial tino para lograr cercanía y afecto entre los menores.
La tipo yo-yo, conformada por un padre que se desempeña como un agente viajero que se pierde muchos momentos de la formación de sus hijos. Aunque puede seguir siendo una figura de afecto, corre riesgos de dejarlo de ser, por lo que debe esforzarse en triplicar la calidad del tiempo que les dedica a los hijos. Y en estos tiempos modernos ya es normal escuchar de la familia homoparental como producto del matrimonio homosexual que adopta.
Pero, independientemente del tipo de familia que conformemos, lo más importante es que comprendamos que nuestra misión esencial es dar ejemplo y ser ese pilar fundamental en los procesos de identidad y formación de los hijos. Ellos tienden a seguir nuestros pasos.