PERSONAJE | Es Polo, el viejo Polo. Más entrañable y lúcido que en todos sus años, acabó de cumplir ochenta.
Hubo fiesta, celebración y homenajes merecidos. Abundaron personajes de los medios, el fútbol, la política y de la vida trivial, que desde diversos rincones del país y del mundo, le enviaron efusivos mensajes en redes sociales para saludar las efemérides de las ocho décadas. Sin dudas, es uno de los últimos cucuteños a los que se le debe tributar el título de patriarca. Y es que, a pesar de los dieciséis lustros, Polo no parece cambiar. Es desde siempre
el mismo ser cariñoso y bonachón, de carácter templado, pero amable. Un hombre con identidad y sello propio.
Impecable y perfumado con agua de colonia de marca, el inseparable bastón de ceiba atezado.
La vestimenta elegante, los lentes que filtran la mirada altiva de sus ojos árabes, sus efl uvios delicados y un aura de abuelo feliz que se anticipó al tiempo. Fauzi Brahim Sus, para los registros oficiales, Polo para todos, es un testigo privilegiado de los cambios del mundo. De la vida misma. De los tiempos en que todo costaba cinco centavos, del teléfono candelero con hilo en la bocina, que fungía en aquellos días cucuteños como novedad para acortar las distancias con el resto de la tierra. De la llegada del hombre a la luna, aquella tarde del año sesenta y nueve, en que falleció su tío Chifl y, pero la vida lo compensó con el nacimiento de una sobrina.
De la aparición de los métodos y aparatos modernos. De cómo han cambiado nuestros barrios, calles y avenidas. De la evolución del celular, que él maneja con artes de buen maestro.
“Si cerca de la biblioteca tenéis un jardín, ya no os faltará nada” decía Cicerón. Pues Polo es un jardín de afectos y una biblioteca itinerante, con las mejores historias, anécdotas y datos certeros de una ciudad sin memoria como la nuestra. A cada bachiller, a cada universitario en formación, deseoso de entender nuestra cultura, lo que hemos sido y porque somos como somos, le sentaría bien una tarde de tertulia con Polo. Evoca los tiempos gratos del siglo pasado para explicar por qué ama tanto a esta ciudad. Es simple, afirma: por la amabilidad del cucuteño, por su nobleza y buen corazón, por su solidaridad.
Porque a su padre, que hizo una travesía de más de un mes en barco, que llegó a Cúcuta, sin conocer a nadie, sin entender una palabra del idioma, le tendieron la mano. Se estableció acá con su paisana, único y eterno amor, e hizo una vida digna de buen árabe, de trabajador incansable.
Vivió del comercio, de aquella mítica Media Luna, el almacén que le dio para criar once hijos, dedicados algunos de ellos al servicio de la humanidad como médicos, otros como profesionales de diversas ramas y Polo, un comerciante innato como su padre y un amante de servir a sus semejantes en lo que puede. Hace rato superó el bien y el mal para reconocer sin sonrojarse que se voló del internado de la escuela militar, porque no le gusto la vida castrense.
De esos escasos seis meses de milicia, conservó una amistad para toda una vida con el ex Comandante de las fuerzas militares de Colombia, Harold Bedoya Pizarro, un Brigadier General de tres soles ya fallecido.
Así es Polo, un auténtico amigo de sus amigos y amigo de siempre y para siempre. Como los que le ha dejado su gran pasión: el fútbol.
Su hermano Shauky (Q.E.P.D.) fue uno de los grandes presidentes del Cúcuta Deportivo. Polo fue directivo del equipo en tres épocas diferentes.
De jugadores de todos los tiempos, dirigentes, periodistas, de todo ese universo de la pelota conserva valiosos afectos. Su memoria de elefante en reposo, pone de presente una anécdota que le pido evocar.
Recuerda entonces a Luis Alberto Landaburu, apodado La Foca, un enorme portero argentino con cuerpo de mortero armado que una mañana
del año ochenta y tres, encabezó una huelga en pleno parque Santander con algunos compañeros de aquel Cúcuta Deportivo de tiempos malos.
“Directivos comen bien / y visten suave hilo / y los jugadores / aguantando filo”, gritaban sin camisa frente a la oficina del presidente. Entonces Polo los apaciguó, se los llevó a almorzar a su casa y les gestionó un pago.
Después todos le llamaban papá. Aun conversa con muchos de ellos y con otros tantos de los que se hizo querer en años.
Cuando Polo habla de fútbol lo hace con respeto y pasión, como cuando habla de doña Luz Marina, su esposa y compañera por más de cincuenta y tres años, como cuando se refiere a Martha Lucia y a Luz Marina, a los morochos Juan Pablo y Carlos Alberto, sus cuatro hijos bien amados y bien criados, y a sus nietos y a tantos y tantos que lo aprecian. Lo último que le pedimos fue aclarar por qué si se llama Fauzi, todos lo conocen como Polo. La respuesta es anécdota: porque de muy niño, cuando apenas empezaba a pronunciar algunas palabras, pedía
a su papá y a sus hermanos mayores, que le brindarán un helado que el vendedor ofrecía a gritos después de las tres de la tarde por las ardientes calles cucuteñas: “Llegó el Polo”, repetía incansable. Y al niño le daban su Polo.
Y se quedó Polo, para siempre.