La situación que está viviendo el mundo con la pandemia ha desatado el ancestral miedo que, en algunos casos, se trasforma en paranoia, llevando a gran parte de la población a repensar la vida, dando paso así a una distopía que deja al descubierto aquello que celosamente ha escondido el inconsciente.
La mayoría de nosotros consideramos que este tipo de fenómenos naturales o inducidos solo competen en su solución a los médicos en su praxis y a los biólogos en sus investigaciones de laboratorio. Pero casi nadie considera que los expertos en el análisis del comportamiento humano puedan aportar en la búsqueda de una respuesta a tan álgido problema.
Sabido es que una epidemia generalizada y sin control, genera incertidumbre y enorme confusión y que este tipo de situaciones producen grandes temores y ansiedades generadoras de estrés o depresión, que al desbordarse conllevan a psicopatologías traumáticas. Es claro también que la situación nos aqueja a todos por igual y que la mayoría podrá enfrentar la crisis sin que su salud mental se vea afectada.
Igual que aquellas personas que sufren de patologías como hipertensión, diabetes u obesidad, son sujeto de mayor riesgo de mortalidad si llegan a infectarse, quienes arrastran una huella psicológica previa, se encuentran más propensos a presentar variaciones psicopatológicas como conductas adictivas y cuadros expresivos de exagerada ansiedad o hasta psicóticos. Es predecible también, que los sectores de la población más vulnerable como aquellos en precaria situación socioeconómica, los adultos mayores, los discapacitados físicos o los niños que hacen parte de hogares conflictivos, se vean más afectados por las consecuencias del confinamiento y las demás restricciones de orden social.
Conscientes de su presencia, vale la pena diferenciar los miedos entre los personales y aquellos denominados colectivos. Al miedo individual lo han catalogado los estudiosos como aquella sensación de alarma que es detectada por el cerebro como un mecanismo de supervivencia ante posibles amenazas, sean estas reales o supuestas en el hoy, en el mañana o hasta en el ayer, que dinamizan las actividades vitales para poder responder ante escenarios hostiles con mayor celeridad.
El miedo se ha estudiado a través del tiempo por variadas disciplinas, desde la historia, la filosofía, la biología, la piscología, la teoría política, la neurociencia y hasta la antropología y se determinó como una emoción, que al ser racionalizada se trasforma en un sentimiento constante. De acuerdo con la disciplina especializada, la fisiopatología del miedo, si es crónico, se debe observar como una enfermedad que afecta la salud no solo mental sino física.
Sobre el miedo colectivo, al catalogarlo como una emoción, se etiqueta como contagioso, al igual que la tristeza o la alegría, y al propagarse conduce a un estado de amenaza colectiva conocida como pánico social. Un elemento clave en la generación del miedo colectivo, es la especulación acerca de las causas y las consecuencias del motivo de ese miedo, que en tiempos de globalización se multiplica geométricamente con base en noticias falsas que circulan por las redes y que el colectivo da por ciertas, aumentando la angustia y la presencia cuadros de desequilibrio emocional.
A raíz de esas falsas informaciones se cuece el algoritmo perfecto, en donde el virus, más la desconfianza, produce el miedo viralizado, complicado y casi imposible de controlar, según Ubieto, quien afirma que lo único posible es gestionarlo. Esa gestión debe ejecutarse conforme a los procedimientos terapéuticos académicamente aceptados, so pena de profundizar negativamente en la salud mental del afectado.
A manera de corolario, así como es lógico acudir al médico si se observan síntomas de posible contagio del virus, así mismo es racional buscar asistencia psicológica si las condiciones normales del comportamiento se ven afectadas por situaciones de calamidad generalizada producto de la pandemia. El miedo, la angustia, la rabia, la ira y muchas otras emociones son catalogadas como normales cuando son temporales, sí se mantienen en el tiempo se convierten en trastornos como ansiedad, estrés, depresión, bipolaridad o déficit de atención y es en ese momento en el que es adecuado solicitar ayuda psicológica.
Alejandro Canal Lindarte
Psicólogo y abogado