Es una sopa antiquísima, de origen francés, de donde conservó la tradición medieval de verterla sobre una rebanada de pan, aunque es muy probable que existiera en otros países europeos. La costumbre de añadirle queso rallado es, lógicamente, muy posterior.

Era un plato humilde, elaborado con ingredientes muy sencillos y económicos, a veces identificado con las épocas de hambruna. Esta sopa ganó su fama en el siglo diecinueve, cuando se extendió en París la costumbre de tomar algo  caliente en los pocos sitios abiertos a altas horas de la madrugada, las tabernas y restaurantes que rodeaban las Halles de París (mercado cubiertos) y el mercado central de abastos.

La sopa de cebolla pasó de ser la sopa que tomaban los trabajadores del mercado a ser también un tentempié para noctámbulos. En la segunda mitad del siglo XX las Halles fueron derribadas, pero la tradición no sólo se mantuvo en ese  centro parisino sino que se extendió y se incorporó en las costumbres de los franceses de todo el país. En 1826 Francia decreta que todos los domingos se comería sopa de cebolla. Ahora la comemos en restaurantes y en nuestras casas por su fácil preparación, es ideal para superar resacas o guayabos.

En cuanto a su elaboración aún existen diferencias, en qué momento agregar el pan si en el fondo o al final, y si la cebolla se debe cortar en pedazos grandes o si se puede usar en puré.