Siempre leemos y oímos que ser padres es la experiencia humana más maravillosa que puede existir, que los hijos son nuestra mayor realización y nuestro mejor proyecto de vida y que bla bla bla bla. Y nos lo creemos, pues todo esto puede ser cierto, pero hay que admitir que eso de ser padres no es nada fácil, al menos no para todo el mundo. Son muchos, infinitos, los frentes que hay que atender para cumplir un papel decoroso como padres y hacer de nuestra descendencia gente de bien. Esa es una meta básica suficiente para sentirnos orgullosos, pues no tenemos ninguna obligación de darle a la sociedad ministros, ni científicos, solo personas buenas que a su vez se realicen estudiando y prosperando laboral y económicamente. De manera que a los hijos no debemos presionarlos con exigencias que les causen estrés o generen frustración, simplemente orientarlos y animarlos a que cumplan sus propios sueños.
Entre tantos frentes de formación está el de carácter moral, la diferenciación entre lo que está bien y lo que está mal se les debe inculcar desde la cuna, esa es la fundamentación esencial que el hijo debe tener muy bien interiorizada al llegar a su adolescencia si queremos evitarnos males mayores más adelante, como la drogadicción.
Con ocasión de la entrada en vigor de la reciente política de lucha contra el microtráfico de drogas, se han escuchado testimonios desgarradores de padres que cuentan cómo su gran ilusión con los hijos se vino a pique el día que ellos comenzaron a consumir alucinógenos. Coinciden en que a partir de allí la vida fue un infierno para todos. Así que la prevención de la adicción es un tema más que prioritario en la crianza de los hijos y hay que comenzar a trabajarlo temprano porque ya desde los ocho años de edad el peligro les acecha.
La formación moral que les permita distinguir entre el bien y el mal no debe tener esa estrecha y simplista concepción religiosa del pecado, sino una visión mucho más amplia e inteligente, en la que el muchacho pueda discernir la avalancha de consecuencias de todo tipo que se le vendrían encima si llegase a probar siquiera la droga.
Por lo general la experiencia comienza cuando algún compañero le invita a hacerlo y el niño o adolescente, presionado por los demás y para no quedarse atrás ni ser considerado como “marica” por los más experimentados, acepta una “probadita”. Quizás allí no se enganche con la droga, pero el riesgo y las probabilidades de que así sea son altísimas.
Tenemos que mantener con los hijos canales de comunicación permanentemente abiertos, esto nos ayuda a evitar la formación en ellos de mentes prejuiciosas y rígidas, a la vez que les permite un espacio de participación activa cuando entienden lo que les explican sus papás, así estarán mejor dispuestos a recibir sugerencias. Tenemos que evitar a toda costa que nuestros hijos se cierren al diálogo, se encierren y desconecten de nosotros.
Otro aspecto muy importante que como padres debemos aprender es saber poner límites y hacerlos respetar. Esto muchas veces no es tan fácil hacerlo, sobre todo por el cambio de modelo generacional que se dio con nuestros padres: ya las fueteras no solo no son bien vistas sino hasta demandables. Ya no hay un modelo a replicar, como seguramente se hizo por siglos, nos toca crear nuestro propio modelo de autoridad soportado en el premio y el castigo, en el ejemplo y en nuestra decisión de honrar nuestros compromisos y promesas ofrecidas. Es esa la mejor forma de enseñar la necesidad de disciplinarnos, primero estudiar y luego divertirse. La utilidad práctica de estas enseñanzas nos la agradecerán por el resto de sus vidas, será eso lo que les permita cumplir con sus responsabilidades laborales y destacarse socialmente.
El gran reto actual como padres es tener una mente flexible que se adapte a los rápidos cambios psicosociales que se presentan en el entorno que rodea a nuestros hijos, así como a los cambios de personalidad que asumen en sus diferentes etapas de desarrollo. Será mejor que nos guste, y mucho, participar de sus actividades en todas las etapas de su crecimiento, como ir a jugar a una cancha o verlos y animarlos en sus presentaciones lúdicas. Nada hay más gratificante que ver triunfar a los hijos, todos los esfuerzos que hagamos, sobre todo a tiempo, valen la pena.