Con demasiada frecuencia nos encontramos con personas a las que consideramos mal educadas por no observar ciertas mínimas reglas de conducta y de comportamiento social. Al parecer nada hay más difícil que ser bien educado. Es este un concepto no solamente relativo sino también complejo. Relativo resulta cuando consideramos factores como la idiosincrasia (lo que es bien visto en una región o país no lo es tanto en otro). Complejo porque comprende muchos aspectos, por eso es que la buena educación hay que comenzar a adquirirla desde muy temprano, desde la cuna prácticamente.
Son muchas las manifestaciones de mala o deficiente educación que vemos en
restaurantes, en las calles, en fin, en todas partes. Una de ellas es cuando la
gente habla casi a los gritos y así incomodan a quienes están cerca, como en
los ascensores. Son personas que buscan distinguirse de los demás y no tienen
otra manera que esa.
Entre tales expresiones, de las peores, se destaca la de opinar abiertamente sobre la vida privada de los demás. Por lo general quien lo hace está convencido de que con ello está mostrando cierto grado de confianza y familiaridad con la víctima de sus comentarios. Esto se debe a que, invariablemente, tiene un complejo de inferioridad frente al afectado y piensa que de alguna forma lo supera haciendo circular comentarios que sugieren cercanía e intimidad con él. Parejeros, les decían antiguamente los mantuanos de Caracas a quienes pretendían alternar con ellos. Igualados, creo que sería la traducción hoy día.
Por ello uno no debe darle información sobre su vida privada a quien considere ajeno a su íntimo círculo familiar o de allegados. Y a quien nos inquiera sobre algo que consideramos de nuestro fuero íntimo bien podemos exigirle que nos demuestre estar legitimado en causa para conocer esa información. Exactamente funciona al revés: uno no debe jamás pedir información a los demás acerca de aquello que pueda considerarse como del ámbito de su intimidad.
Debe tenerse especial cuidado en dar consejos atrevidos a quien no nos los está pidiendo, solo por pretender con ello ganarse una posición o una imagen de justiciera sentimental con la que no consigue otra cosa que dejar una pésima imagen ante los ojos de los demás.
Es cuestión ya no sólo de buena educación sino de dignidad. Uno debe tener una
vida privada tan suficientemente rica que no necesite, para nada, involucrarse
en la de los demás. El maleducado por lo general es impertinente, y esto se
explica en que tienen una vida privada tan pobre y tan vacía que necesitan
llenar espacios con la ajena.
Si desentrañamos el alma de la palabra “impertinente” podríamos llegar a una definición ajustada como la de que se trata de una persona “que no pertenece a”, alguien cuyo comportamiento no corresponde al círculo social en que se mueve, no pertenece a ese mundo, es una especie de desadaptado, se dice ahora.