Como está, las cosas, el piropo será historia en poco tiempo. Muere víctima de excesiva intolerancia, agoniza entre debates existas y feministas, indefenso ante grandes disquisiciones políticas y filosóficas en las redes sociales y los medios de comunicación. Ya en Francia el presidente Macron, presionado por las inefables feministas galas, decretó una multa de 750 euros a quien lance piropos callejeros.
¿Quién dijo miedo?, en adelante los hombres deberán tragarse su admiración por la belleza femenina porque expresarla puede considerarse como una forma de agresión. Ahora piropear será tan riesgoso como conducir un auto con un par de cervezas en la cabeza, algo que los hombres deben evitar si no quieren tener una ruinosa experiencia.
Según las féminas activistas, con los piropos los hombres dan rienda suelta a su “imaginación genital”, lo que es una clarísima forma de agresividad contra ellas. En gracia de discusión bien puede admitirse que no hay nada más grotesco que los mal llamados piropos – que por definición no lo son – que les dicen a las mujeres los obreros de una obra en construcción. Esos no son piropos, esas son referencias sexuales muy vulgares y directas, propias de gente inculta. Por eso, repetimos, esos no son piropos.
Un piropo no es más que un dicho breve con que se pondera la belleza de una mujer, y es claro que acá la Real Academia se refiere es a la belleza física, no a la espiritual ni intelectual, que, obviamente, también pueden ser y son objeto de lisonjas, pero nadie le dice a una mujer desconocida algo como “qué hermoso espíritu tienes”, o “tu discernimiento me enloquece”. Y no lo dice porque precisamente no conoce a esa mujer, no sabe si esas cualidades son ciertas, mientras que la belleza física es algo evidente y exaltarla es algo natural entre desconocidos.
Pero resulta que, en opinión de las enemigas de esa linda y milenaria costumbre, el piropo “cosifica” a la mujer, vale decir la reduce a la condición de cosa deseable sin reparar en sus valores como ser humano integral ni en sus derechos como persona a moverse libremente sin ser asaltadas en su espacio privado por la verborragia sucia de un macho lascivo. Sostienen las líderes de la cruzada en contra que el único piropo deseable es el del hombre que ellas han aceptado en su privacidad.
Quizás ahí, en la antropología, estriba la razón de nuestra diferencia de géneros: a los hombres sí les halagaría que muchas mujeres les piropearan en la calle.
Es entendible que lo que les fastidie a las mujeres es que un baboso de posición inferior, prevalido sólo de su condición de hombre, se sienta envalentonado para decirles en la calle lo que se le ocurra, pero la inmensa mayoría de las mujeres se sienten mejor cuando en el día reciben toda clase de halagos, a la desazón que les produce llegar a su casa en las noches sin que nadie les haya dicho nada.
Con todo, es de esperarse que ellas perdonen a quienes demuestren creatividad e ingenio con sus halagos, y denuncien la ordinariez y la vulgaridad. Pero el hombre jamás dejará de exaltar la belleza de la mujer, si eso se impone, así como la pretendida ideología de género, las futuras generaciones estarán en graves problemas. Empezando porque no habrá futuras generaciones.