Es viejísimo el cuento del abogado cartagenero que en su primera visita a Bogotá se dio su infaltable caminata por la séptima y en una esquina un lustrabotas le dijo “Le lustro doctor”, a lo que el tipo accedió y, en medio de la lustrada, le preguntó al lustrador: ¿y usted cómo supo que yo soy doctor?”, a lo que este le respondió – ah es que acá en Bogotá le decimos doctor a cualquier hijuemíchica. Como advertíamos, el cuento es viejo y las cosas han cambiado tanto que ya no es válido: ahora no se le dice doctor a nadie, salvo en el mundo de la burocracia oficial.
Tuvimos la oportunidad de conversar largo sobre este tema en Bogotá con tres altas ejecutivas del sector privado, que trabajan una en un enorme banco, otra en un gremio muy importante y la tercera en una gran multinacional, cada una de ellas profesional, con especializaciones y maestría, todas con jefes con más charreteras que ellas, y nos cuentan que hoy día suena hasta ridículo dar y recibir el título de doctora. Esa usanza desapareció hace años y ahora solo se escucha entre abogados en los juzgados y tribunales, y, obviamente, en el trato hacia los médicos.
Entre los niveles de vicepresidencia, directores de departamento, coordinadores de área, analistas en jefe, auditores y demás cargos medios y altos de la organización no se estila darse el tratamiento de doctor o doctora, eso sólo es comprensible visto cuando proviene del personal de servicios generales (aseo, vigilancia, mantenimiento).
Muy seguramente esta especie de moda ya es de uso muy común en Medellín, Cali y Barranquilla, y pronto lo será en todo el país. Seguramente tendrá uno que otro opositor entre quienes se sienten disminuidos o muy mermados cuando a su nombre o apellido no le anteponen el título de doctor, con el que aspiran a recibir un trato diferenciador que les eleva por encima de su interlocutor, y sin lo cual se sienten en posición vulnerable.
Las tres altas ejecutivas con las que conversó Unicentro Contigo afirman que no es coincidencia que en sus tres grandes corporaciones no se tenga el síndrome de la doctoritis sino que esta es una práctica extendida a todas las grandes corporaciones privadas de Bogotá y que es notorio el beneficio que esto trae para el clima organizacional, y en consecuencia para mejorar los niveles de eficiencia y de manejo del sentido de la responsabilidad entre todos los niveles jerárquicos. Quitar barreras imaginarias propicia la creación de mayores niveles de confianza y de compromiso con los objetivos de la empresa.
Es un error pensar que esto propicia la falta de respeto, entre otras cosas porque la generalización del título de doctor no aporta nada, vale decir nadie es más porque le digan doctor ni menos porque no se lo digan. Uno vale por lo que es, por la calidad de su trabajo y de su relacionamiento con los demás, por el espíritu emprendedor y de superación que tiene.