Cada 27 de junio tiene lugar una simpática y muy extraña celebración: el cumpleaños de una bombilla que se ha mantenido encendida desde 1901 en la estación de bomberos de Livermore, California, lo que equivale a algo más de un millón de horas funcionando. La bombilla fue fabricada con un filamento diseñado por Adolf Chaillet, en Shelby, Ohio, en 1895 para que durara por muchos años.
Era la época en que la calidad de las cosas estaba determinada por su perdurabilidad. Los autos, las neveras, los radios y todas las cosas se fabricaban para que funcionaran toda la vida, tal como el caso del muy exitoso Ford T, que era un automóvil de gran eficiencia mecánica muy apreciado por los norteamericanos, del que se vendieron 15 millones de unidades entre 1908 y 1927.
La segunda revolución industrial trajo consigo la producción masiva de toda clase de cosas y con ello una rebaja sustancial de precios y el comienzo de la llamada sociedad de consumo, que aún se mantiene y se caracteriza porque la gente desea tener la última novedad de los productos antes que los demás, mientras que la mercadotecnia se encarga de fabricar necesidades y las empresas cada vez compiten más por satisfacer esos nuevos deseos.
Todo iba muy bien así hasta que los industriales empezaron a preguntarse qué sucedería cuando la gente ya tuviera todas las cosas. Por tratarse de productos de altísima calidad por su duración, vinieron reflexiones que habrían de determinar una nueva realidad de mercado, tales como que “un artículo que no se desgasta es una tragedia para los negocios”.
La preocupación de los fabricantes de bombillas de USA era igual a la de los europeos: si seguían produciéndolas de tan buena calidad su mercado no crecería. Entonces organizaron una gran reunión en la navidad de 1924 en Ginebra, Suiza, y allí acordaron manipular las calidades y precios, constituyendo lo que se conoció como el Cartel Phoebus, estrategia que habría de replicarse hasta hoy en todos los sectores. Así, la primera orden del cartel fue que las bombillas no podrían tener una duración superior a las 1.000 horas, entra ellas las de las linternas, cuya duración era mayor a la del cambio hasta tres veces de las pilas, entonces se dispuso reducirla a 1/3 para que coincidiera el recambio de pila con el de bombilla.
En esas sobrevino la Gran Depresión de la economía norteamericana, trayendo niveles de desempleo superiores al 25%. Para enfrentar la situación, al presidente Roosevelt se le ocurrió su Gran Deal, consistente en hacer grandes inversiones en obras públicas para emplear a tanto desempleado. Pero eran millones y no había presupuesto que aguantara.
Apareció entonces en escena Bernard London, un judío de Nueva York, con su propuesta – que es el tema de esta nota -, con la que habría de cambiar las cosas para siempre: decretar la obsolescencia programada con carácter obligatorio para todas las cosas. Con eso ya no fueron solo las bombillas sino todo. Como era de esperarse, la propuesta no fue legalmente adoptada, pero comercialmente sí fue acogida con gran entusiasmo por todos los empresarios que veían así aseguradas sus grandes ganancias.
El señor Alfred P. Sloan, presidente de la General Motors fue el mayor impulsor de dicha iniciativa y comenzó así a sacar modelos distintos cada año, estimulando con ello la competencia feroz entre el público por tener el último modelo. La ambición por aprovechar mejor la euforia consumista le dio la idea de abrir más opciones de modelos a los que les cambiaba el diseño cada año, ampliando el abanico de ofertas con marcas asociadas, como Chevrolet, Pontiac, Buick, Oldsmobile y Cadillac, además de la matriz GM.
La atención del mercado se centró más en el aspecto de las cosas y en la estética moderna que en la calidad de su funcionamiento, ese era el fundamento del estilo de vida americano que se popularizó en los 50’s. Desde entonces la trilogía Publicidad + Obsolescencia Programada + Tarjeta de Crédito se convirtió en el credo de la nueva economía, sin el cual no operaría ninguna de las industrias actuales. Esta dinámica hace que un producto novedoso salga al mercado cada tres minutos, en una espiral delirante hacia el consumismo infinito.
Abundan los ejemplos de obsolescencia programada, como es el caso de las medias veladas de las mujeres, muchas de las cuales se echan a perder en la primera postura. En 1940 Dupont había presentado la fibra revolucionaria conocida como nylon, con la que se podía elaborar la media eterna. Aunque las mujeres estaban felices porque las medias no se deterioraban con feas roturas y rayonazos, al poco tiempo los fabricantes se mostraron muy preocupados por la caída en las ventas porque duraban mucho tiempo. Así ordenaron a sus ingenieros comenzar a hacerlas con fibras más frágiles para que se rompieran con facilidad. La frecuencia de renovación de sus productos es la que determina los “avances” de cada industria, como el de la moda, donde hay famosas marcas que sacan más de cuatro colecciones por año, para estimular el frenesí del ego de las damas.
Todo está perfectamente planificado, los productos deben comenzar a fallar cada cierto tiempo y deben resistir muy pocas reparaciones técnicas antes de verse obligado a comprar uno nuevo. Esta cultura empresarial no tiene obsolescencia programada, ella sí funciona muy bien en todo el mundo, literalmente, desde hace más de sesenta años y seguramente continuará así por lo que queda de este siglo.