La pandemia del coronavirus ha dado paso a otra pandemia: la de la paranoia universal, desatada por cuenta de las especulaciones que abundan en todos los medios, muy especialmente en las redes sociales, que son las más peligrosas por sus efectos en tiempo real en la población.
Un claro ejemplo de esto es la conmoción causada por unas supuestas declaraciones de la ex presidenta del FMI y ahora presidenta del Canco Central Europeo, quien habría dicho que: «Los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global. Tenemos que hacer algo, ¡y ya!».
Tal frase nunca fue pronunciada por Christine Lagarde, al parecer se sacó de contexto con un fin no muy claro aún. Dicha en plena pandemia, sugeriría que los gobiernos deberían centrar su atención en la población menor de 70 años y abandonar a su suerte a los mayores porque representan un enorme riesgo para la estabilidad financiera mundial.
Para lograr mayor efecto de la supuesta frase se echó mano de un documento del FMI del año 2012 en el que dicho organismo internacional pedía bajar pensiones por “el riesgo de que la gente viva más de lo esperado’”, pero que en ningún momento menciona la supuesta frase de Lagarde.
En aquel documento, el FMI alertó -en el capítulo 4- sobre el impacto financiero del riesgo de longevidad. “Las implicaciones financieras de que la gente viva más de lo esperado (el llamado riesgo de longevidad) son muy grandes”, sostiene el documento. Sin embargo, también agrega que “vivir hoy más años es un hecho muy positivo que ha mejorado el bienestar individual”.
De hecho, las expectativas de vida al nacer siempre se consideraron una variable bien importante para medir el grado de desarrollo socioeconómico de una nación, con lo que resultaría un contrasentido que ahora se propugne por evitar la longevidad en la población. Está, por demás, demostrado que la década de mayor productividad intelectual es la de los 60 a 70 años, con ejemplos como Putin(67), Shinzo Abe (64), Michelle Bachelet (69), la mima Christine Lagarde (64), Xi Jinping (66), y con algo más de edad. Como en los casos de Joe Biden (77) Donald Trump (73), Sebastián Piñera (71) y Bernie Sanders (78).
Otro buen ejemplo de la pandemia de paranoia lo constituye el recelo con el que muchos ven la posibilidad de que Bill Gates financie la investigación y desarrollo de una vacuna contra la Covid19. Todos ven ahí un negocio monumental, como lo será la venta de algo más de 7.000 millones de vacunas a través de todos los gobiernos y organismos globales de ayuda, como la Cruz Roja, entre otros.
El hecho de que en una charla TED, en 2015, Gates advirtió que la gran amenaza del futuro no era nuclear sino microscópica y que el mundo debería prepararse con el desarrollo de una vacuna para evitar un virus “que se transmitiera por el aire y a través de personas contagiadas que son asintomáticas”. Más premonitorio no podría ser.
Esto ha hecho que se produzca un brote de especulaciones acerca no solamente del negocio de la venta de las vacunas sino del contenido que estas podrían tener. Muchos piensan que podría ser un vehículo ideal para inocular algún microchip con el que se controle la voluntad del planeta entero, se manejen las decisiones de todo tipo – comerciales y políticas -, y se obtenga absolutamente toda la información de cada paso que demos, lo que le daría a Gates un poder omnímodo y lo convertiría en amo y señor del mundo. Un buen guion para la serie Black Mirror