Es desolador ver cómo nuestro país literalmente se autodestruye a pedradas, bloqueos y vandalismo salvaje, mientras que Alemania y el club de los países ricos avanzan cada día en el desarrollo de la llamada cuarta revolución, esa que cada día aumenta dramáticamente la distancia entre ricos y pobres.
A finales del siglo XVII este fenómeno se dio con la invención de la máquina de vapor, que puso a Inglaterra a la cabeza del mundo con la mecanización de la producción. Esta vez, serán los robots integrados en sistemas ciberfísicos los responsables de una transformación radical. La convergencia de tecnologías digitales, físicas y biológicas, anticipan que cambiará el mundo tal como lo conocemos.
¿Parece exagerado? Pues, de cumplirse los vaticinios, lo será. Y está ocurriendo, dicen, a gran escala y a toda velocidad. Estamos al borde de una revolución tecnológica que modificará fundamentalmente la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos. En su escala, alcance y complejidad, la transformación será distinta a cualquier cosa que el género humano haya experimentado antes.
Los nuevos paradigmas del cambio vendrán con la ingeniería genética y las neurotecnologías, dos áreas del conocimiento incomprensibles para el ciudadano de a pie. Pero las repercusiones impactarán en cómo somos y nos relacionamos hasta en los rincones más lejanos del planeta: la revolución afectará el mercado del empleo, el futuro del trabajo y la desigualdad en el ingreso y sus coletazos impactarán la seguridad geopolítica.
No se trata de nuevos desarrollos tecnológicos sino del encuentro de esos desarrollos. Y en ese sentido, representa un cambio de paradigma, en lugar de un paso más en la carrera tecnológica frenética.
Alemania fue el primer país en establecerla en la agenda de gobierno como «estrategia de alta tecnología», es decir, es toda una política de estado. Se basa en sistemas ciberfísicos, que combinan infraestructura física con software, sensores, nanotecnología, tecnología digital de comunicaciones. Todo ello cambiará radicalmente el mundo del empleo por completo y afectará a industrias en todo el planeta. Mientras esto sucede afuera acá adentro nos matamos a pedradas.
Hay tres razones por las que las transformaciones actuales no representan una prolongación de la tercera revolución industrial, sino la llegada de una distinta: la velocidad, el alcance y el impacto en los sistemas. La velocidad de los avances actuales no tiene precedentes en la historia.
También llamada 4.0, la revolución sigue a los otros tres procesos históricos transformadores: la primera marcó el paso de la producción manual a la mecanizada, entre 1760 y 1830; la segunda, alrededor de 1850, trajo la electricidad y permitió la manufactura en masa.
La primera revolución industrial permitió pasar a la producción mecanizada, gracias a novedades como el motor a vapor. Para la tercera hubo que esperar a mediados del siglo XX, con la llegada de la electrónica y la tecnología de la información y las telecomunicaciones.
Ahora, el cuarto giro trae consigo una tendencia a la automatización total de la manufactura – su nombre proviene, de hecho, de un proyecto de estrategia de alta tecnología del gobierno de Alemania, sobre el que trabajan desde 2013 para llevar su producción a una total independencia de la mano de obra humana.
La cuarta revolución podría acabar con cinco millones de puestos de trabajo en los 15 países más industrializados del mundo. El futuro del empleo estará hecho de trabajos que hoy en día no existen, en industrias que usan tecnologías nuevas.
Mientras tanto, nos seguimos acabando a pedradas, aumentando el grado de sometimiento del país a los que verdaderos dueños del capital, que son los dueños de la tecnología.