Santa Marta siempre ha sido y será un destino vacacional muy atractivo para nosotros por la variedad de playas y sitios a visitar, además de que los precios no son tan altos como los de Cartagena.
Además, Santa Marta es mucho más que El Rodadero: a pocos kilómetros se llega al Parque Tayrona y a una gran cantidad de playas, como Neguanje, Playa Blanca, Taganga y Bahía Concha, esta última considerada por nosotros como la playa ideal, tanto por su belleza como por la ausencia de hordas acosadoras de vendedores ambulantes.
Pero ir a Santa Marta resulta ahora bastante costoso para una familia de cuatro o cinco personas por cuenta de las elevadísimas tarifas de los tiquetes aéreos, de manera que toca planificar bien el viaje para irnos por tierra, haciéndolo de la manera más agradable posible. Lo primero que uno debe hacer es quitarse el afán por llegar, así reduce al riesgo de cualquier accidente lamentable y seguramente con víctimas fatales, dadas las características de la vía que incitan a viajar a alta velocidad. El viaje, en plan paseo, normalmente toma entre once y doce horas. Decimos en plan paseo considerando que hay que hacer varias paradas, bien sea a almorzar, a ir al baño, a comprar algo de beber o comer en la vía, a tomar una que otra fotografía, etc.
Hay que evitar viajar con un conductor que quiera demostrarnos lo hábil y resistente que es, empeñándose en llevarnos en tan solo ocho horas, aferrado al timón sin parar en ninguna parte. Un paseo así ya deja de ser paseo y se convierte en una aventura muy peligrosa.
El trayecto a Ocaña toma unas cuatro horas, la vía está en buen estado, ya llegando a Ocaña curiosamente encuentra una estación de gasolina cada cien metros, hay muchas. Si no conoce Ocaña bien, vale la pena quedarse al menos un día, es muy agradable su clima y muy cordial su gente.
En el viaje lo ideal es hacer escala para pernoctar en Aguachica. Es un trayecto que nos toma unas 5 horas de ida y unas seis o siete de regreso, y hay que prever llegar allá por tarde a las 6pm para que sin premuras busquen hotel para pasar la noche, los hay de precios desde setenta mil pesos, con buen aire acondicionado, parqueadero, y demás servicios aceptables, ubicados en la amplia avenida de entrada.
En la mañana un buen plan luego de desayunar es ir a conocer Gamarra, a orillas del río Magdalena. Se encuentra una muy buena oferta gastronómica en Aguachica para desayunar, de manera que el viaje pueda continuarse por tarde a las diez de la mañana.
Entrando a Bosconia, al lado izquierdo, hay un restaurante italiano de no creer que exista allí: excelente comida, parqueadero, aire acondicionado y atención exquisita. Se llama Da Sandra y tiene las mejores pastas que podamos comer. Saliendo de Bosconia pare y compre panochas – unos panes de dulce que parecen enviados del cielo – y unas buenas bebidas frías para hidratarse el resto del viaje.
Después de Aguachica viene Pelaya, Pailitas, Curumaní y sigue Bosconia, en el Cesar; luego ya en el Magdalena llegamos a El Copey, Fundación, Aracataca – plena zona bananera – Ciénaga y finalmente El Rodadero. Aunque en casi todo ese largo trayecto vemos ya construida la doble calzada (Ruta del Sol II), lo cierto es que son muy pocos los tramos que ya están habilitados, dando mucho pesar observar lo que puede llegar a convertirse en un elefante blanco por cuenta de Odebrecht.
Idiosincrasia
El viaje por tierra a la costa es muy interesante porque nos permite entender cómo la topografía es un factor determinante de la idiosincrasia de los pueblos. Desde Aguachica hasta Montería, Coveñas, Turbo, Cartagena, Barranquilla Santa Marta y la Guajira el territorio es inmenso, pero tiene la particularidad de que es plano – exceptuando la Sierra Nevada – y de que es habitado por millones de personas que comparten una misma cultura musical y gastronómica, una misma forma de hablar y de ser, por eso a todos ellos les decimos costeños, así literalmente no lo sean.
A los cachacos no nos resulta nada fácil diferenciar a alguien de Cereté a otro de Dibulla, así haya centenares de kilómetros de distancia entre ambos. Lo mismo ocurre con la gente de los llanos, que con un territorio aun mayor y compartido por dos países, tiene una sola cultura, bien se trate de gente de Puerto Rondón, Puerto Gaitán, Cumaral, o de Yopal, de San Fernando de Apure, de San Martín, de Elorza, de Guasdualito o de Arauca.
A los andinos no nos ocurre lo mismo, tenemos muchos complejos, todos nos sentimos de mejor familia que el vecino. Basta ver la diferencia tan grande en la forma de ser y de ver la vida entre un cucuteño y un pamplonés, distanciados por escasos 70 kilómetros, o entre un bogotano y un tolimense. Entre nosotros somos desconfiados, prepotentes. Por eso mientras los unos son costeños y los otros son llaneros, nosotros no somos andinos, somos bumangueses, somos ibaguereños, pereiranos o manizalitas. Somos una cosa u otra según el lado de la montaña en el que estemos.