Page 19 - Unicentro Contigo 111 Octubre
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Mala tradición
acusadas de distintos delitos,
que podían ir desde la blasfemia
hasta la herejía. Muchos de estos
condenados, sobre todo en los
primeros años, acababan en la
hoguera.
Pero antes, la Inquisición les
daba la oportunidad de abjurar
de sus pecados y proclamar
su adhesión a la fe católica.
Aquellos que así lo hacían, los
"penitentes", obtenían la gracia
de ser estrangulados antes de
ser quemados. Los condenados
a muerte que no se arrepentían
de sus pecados eran incinerados
vivos.
Los autos de fe se celebraban
en la plaza pública, generalmente
en primavera o en otoño, cuando
se había juntado un número
suficiente de reos. Se instalaba
una especie de escenario, donde simplemente llevaban el saco, afueras de la ciudad para que el
se sentarían las autoridades otros iban mucho más pintados, "brazo temporal", como se llamaba
eclesiásticas, seculares y los incluso simulando llamas. Esos, a las autoridades civiles, ejecutaran
reos, e incluso se ensayaba en la evidentemente, iban al fuego. la pena. Los demás eran obligados
víspera. a vestir el sambenito durante todo
Semanas antes se contrataba Así vestidos, los reos iban en el tiempo que durara su sentencia.
a pintores y a sastres para que procesión, para mayor humillación
elaboraran los sambenitos y pública, hasta el lugar donde se Pero la condena no acababa
los capirotes que llevarían los celebraba el auto de fe. Una vez ahí. Los sambenitos y los
condenados. Los dibujos y colores leída la sentencia, los condenados capirotes se llevaban luego a
que les pintaban variaban en a muerte eran llevados al la iglesia parroquial para ser
función de la herejía. Algunos quemadero, que solía estar a las colgados de las naves con los
nombres de condenados. A partir
de entonces, en misa siempre
tenían que sentarse debajo de su
sambenito, lo mismo que sus hijos
o nietos, la mancha perduraba
por generaciones, que es una
de las grandes crueldades de la
Inquisición.
La expresión "colgarle el
sambenito a alguien" o "llevar un
sambenito" viene precisamente
de ahí. Cuando una persona
quería, por ejemplo, entrar en la
universidad o pedir un título de
una orden militar, debía pedir un
expediente de limpieza de sangre
en el que se demostrara que, a
lo largo de tres generaciones,
nadie había sido condenado por
la Inquisición. Por fortuna estas
épocas terminaron.
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