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Lenguaje
fueron, en el siglo XVIII, usureros
y prestamistas, actividades por
entonces impopulares. Con
el tiempo, lombardo derivó en
lunfardo. Sin embargo, más tarde
se descubrió que el lunfardo era
compartido por grandes sectores
de la población y que, lejos de ser
un código marginal, había sido
incorporado a la vida cotidiana y
difundido a través de expresiones
artísticas como el tango o el
sainete.
Sin quererlo, por gravitación
de vocablos, el inmigrante
proporciona también el
lunfardo, un idioma lumpen, una
mitología callejera, poblada de
voces extranjeras, auténticas país que le pertenezca por entero, el jotrabo. Y sigue la sucesión de
o tergiversadas por el uso, que su asunción de una identidad palabras o sinónimos adosados
entran por gracia o por el empeño diferente. La mujer pasa a ser: la a cada término legal o autorizado
de poseer un lenguaje propio percanta, la mina, la grela, la naifa, hasta completar un lenguaje
y, con él, ser distintos de sus etc.; el hombre el garabo, el punto, el de casi seis mil palabras. Estas
progenitores inmigrantes o de su cusifai, el gavión, el coso, el bacán, incorporan al tango un idioma
pasado campero. Esa será la lengua el sofaifa; la habitación: el bulín, el único, necesitado de traducción
coloquial del porteño, definirán su cotorro, el nido, la zapie; la cama: la en cualquier lugar ajeno al gran
personalidad, su búsqueda de un catrera; el trabajo: el yugo, el laburo, Buenos Aires y gran parte del país.
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